Charles Baudelaire
Tu cabeza, tu gesto, tu aire,
como un bello paisaje, son bellos;
juguetea en tu cara la risa
cual fresco viento en claro cielo.
El triste paseante al que rozas
se deslumbra por la lozanía
que brota como un resplandor
de tus espaldas y tus brazos.
El restallante colorido
de que salpicas tus tocados
hace pensar a los poetas
en un vivo ballet de flores.
Tus locos trajes son emblema
de tu espíritu abigarrado;
loca que me has enloquecido,
tanto como te odio te amo.
Frecuentemente en el jardín
por donde arrastro mi atonía,
como una ironía he sentido
Que el sol desgarraba mi pecho;
Y el verdor y la primavera
tanto hirieron mi corazón,
que castigué sobre una flor
la osadía de la Naturaleza.
Así, yo quisiera una noche,
cuando la hora del placer llega,
trepar sin ruido, como un cobarde,
a los tesoros que te adornan,
A fin de castigar tu carne,
de magullar tu seno absuelto
y abrir a tu atónito flanco
una larga y profunda herida.
Y, ¡vertiginosa dulzura!
A través de esos nuevos labios,
más deslumbrantes y más bellos,
mi veneno inocularte, hermana.
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A la una de la mañana
Charles Baudelaire
¡Solo por fin! Ya no se oye más que el rodar de algunos coches rezagados y derrengados. Por unas horas hemos de poseer el silencio, si no el reposo. ¡Por fin desapareció la tiranía del rostro humano, y ya sólo por mí sufriré!
¡Por fin! Ya se me consiente descansar en un baño de tinieblas. Lo primero, doble vuelta al cerrojo. Me parece que esta vuelta de llave ha de aumentar mi soledad y fortalecer las barricadas que me separan actualmente del mundo.
¡Vida horrible! ¡Ciudad horrible! Recapitulemos el día: ver a varios hombres de letras, uno de los cuales me preguntó si se puede ir a Rusia por vía de tierra -sin duda tomaba por isla a Rusia-; disputar generosamente con el director de una revista, que, a cada objeción, contestaba: «Este es el partido de los hombres honrados»; lo cual implica que los demás periódicos están redactados por bribones; saludar a unas veinte personas, quince de ellas desconocidas; repartir apretones de manos, en igual proporción, sin haber tomado la precaución de comprar unos guantes; subir, para matar el tiempo, durante un chaparrón, a casa de cierta corsetera, que me rogó que le dibujara un traje de Venustre; hacer la rosca al director de un teatro, para que, al despedirme, me diga: «Quizá lo acierte dirigiéndose a Z...; es, de todos mis autores, el más pesado, el más tonto y el más célebre; con él podría usted conseguir algo. Háblele, y allá veremos»; alabarme -¿por qué?- de varias acciones feas que jamás cometí y negar cobardemente algunas otras fechorías que llevó a cabo con gozo, delito de fanfarronería, crimen de respetos humanos; negar a un amigo cierto favor fácil y dar una recomendación por escrito a un tunante cabal. ¡Uf! ¿Se acabó?
Descontento de todos, descontento de mí, quisiera rescatarme y cobrar un poco de orgullo en el silencio y en la soledad de la noche. Almas de los que amé, almas de los que canté, fortalecedme, sostenedme, alejad de mí la mentira y los vahos corruptores del mundo; y vos, Señor, Dios mío, concededme la gracia de producir algunos versos buenos, que a mí mismo me prueben que no soy el último de los hombres, que no soy inferior a los que desprecio.
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A Theodore de Banville
Charles Baudelaire
De la Diosa empuñasteis la espesa cabellera,
con vigor tal, que todos os hubieran tomado,
al ver ese aire altivo y ese hermoso abandono
por un joven rufián que golpease a su amante.
La mirada incendiada por un fuego precoz,
vuestro orgullo de artífice sin pudor exhibisteis,
en esas construcciones, cuya audacia correcta,
anticipa los frutos de vuestra madurez.
Poeta, nuestra sangre por cada poro escapa.
¿Tal vez por un azar, la veste del Centauro,
que cada vena en fúnebre arroyo transformó?
¿Fue tres veces teñida en las sutiles lavas,
de aquellos monstruosos reptiles vengativos,
qué Hércules en su cuna un día estrangulara?
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A una transeúnte
Charles Baudelaire
La calle atronadora aullaba en torno mío.
Alta, esbelta, enlutada, con un dolor de reina.
Una dama pasó, que con gesto fastuoso,
recogía, oscilantes, las vueltas de sus velos.
Agilísima y noble, con dos piernas marmóreas.
De súbito bebí, con crispación de loco.
Y en su mirada lívida, centro de mil tomados,
el placer que aniquila, la miel paralizante.
Un relámpago. Noche. Fugitiva belleza.
Cuya mirada me hizo, de un golpe, renacer.
¿Salvo en la eternidad, no he de verte jamás?
¡En todo caso lejos, ya tarde, tal vez nunca!
Que no sé a dónde huiste, ni sospechas mi ruta,
¡Tú a quien hubiese amado! ¡Oh tú, que lo supiste!
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Abel y Cain
Charles Baudelaire
I
Raza de Abel, traga y dormita;
Dios te sonríe complacido
aza de Caín, en el fango,
cae y miserablemente muere.
Raza de Abel, tu sacrificio,
¡le huele bien al Serafín!
Raza de Caín, tu suplicio.
¿Tendrá un final alguna vez?
Raza de Abel, mira tus siembras
y tus rebaños prosperar.
Raza de Caín, tus entrañas.
Aúllan hambrientas como un can.
Raza de Abel, caldea tu vientre,
junto a la lumbre patriarcal.
Raza de Caín, en tu antro,
pobre chacal, ¡tiembla de frío!
Raza de Abel, ¡ama y pulula!
Tu oro también produce hijos;
Raza de Caín, corazón ígneo,
cuídate de esos apetitos.
Raza de Abel, creces y engordas.
¡Como chinche en la madera!
Raza de Caín, por los caminos,
lleva a tu gente temerosa.
II
¡Ah, raza de Abel, tu carroña,
abonará el humeante suelo!
Raza de Caín, tu tarea,
todavía no la cumpliste.
Raza de Abel, mira tu oprobio:
¡El chuzo al hierro venció!
Raza de Caín, sube al cielo.
¡Y arroja a Dios sobre la tierra!
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Al lector
Charles Baudelaire
La necedad, el error, el pecado, la tacañería,
Ocupan nuestros espíritus y trabajan nuestros cuerpos,
y alimentamos nuestros amables remordimientos,
como los mendigos nutren su miseria.
Nuestros pecados son testarudos, nuestros arrepentimientos cobardes;
nos hacemos pagar largamente nuestras confesiones,
y entramos alegremente en el camino cenagoso,
creyendo con viles lágrimas lavar todas nuestras manchas.
Sobre la almohada del mal está Satán Trismegisto,
que mece largamente nuestro espíritu encantado,
y el rico metal de nuestra voluntad,
está todo vaporizado por este sabio químico.
¡Es el Diablo quien empuña los hilos que nos mueven!
A los objetos repugnantes les encontramos atractivos;
cada día hacia el Infierno descendemos un paso,
sin horror, a través de las tinieblas que hieden.
Cual un libertino pobre que besa y muerde
el seno martirizado de una vieja ramera,
robamos, al pasar, un placer clandestino,
que exprimimos bien fuerte cual vieja naranja.
Oprimido, hormigueante, como un millón de helmintos,
en nuestros cerebros bulle un pueblo de Demonios,
y, cuando respiramos, la Muerte a los pulmones
desciende, río invisible, con sordas quejas.
Si la violación, el veneno, el puñal, el incendio,
todavía no han bordado con sus placenteros diseños.
El canevás banal de nuestros tristes destinos,
es porque nuestra alma, ¡ah! no es bastante osada.
Pero, entre los chacales, las panteras, los podencos,
los simios, los escorpiones, los gavilanes, las sierpes,
los monstruos chillones, aullantes, gruñones, rampantes
En la jaula infame de nuestros vicios,
¡Hay uno más feo, más malo, más inmundo!
Si bien no produce grandes gestos, ni grandes gritos,
haría complacido de la tierra un despojo,
y en un bostezo tragaríase el mundo:
¡Es el Tedio! -los ojos preñados de involuntario llanto,
sueña con patíbulos mientras fuma su pipa.
Tú conoces, lector, este monstruo delicado,
-Hipócrita lector, -mi semejante, -¡mi hermano!
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Alegoría
Charles Baudelaire
Es una mujer bella y de espléndido porte,
que en el vino arrastrar deja su cabellera.
Las garras del amor, los venenos del antro,
resbalan sin calar en su piel de granito.
Se chancea de la muerte y del Libertinaje:
Los monstruos, cuya mano desgarradora y áspera,
ha respetado siempre, en sus juegos fatales.
La ruda majestad de ese cuerpo arrogante.
Camina como diosa, posa como sultana;
una fe mahometana deposita en el goce,
y con abiertos brazos que los senos resaltan,
con la mirada invita a la raza mortal.
Cree o, mejor aún, sabe, esta infecunda virgen,
necesaria, no obstante, en la marcha del mundo.
Que la hermosura física es un sublime don,
que de toda ignominia sabe obtener clemencia.
Tanto como el Infierno, el Purgatorio ignora,
y cuando llegue la hora de internarse en la Noche,
contemplará de frente el rostro de la Muerte,
como un recién nacido -sin odio ni pesar.
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Bendición
Charles Baudelaire
Cuando, por un decreto de las potencias supremas,
el Poeta aparece en este mundo hastiado,
su madre espantada y llena de blasfemias,
crispa sus puños hacia Dios, que de ella se apiada:
-"¡Ah! ¡no haber parido todo un nudo de víboras,
antes que amamantar esta irrisión!
¡Maldita sea la noche de placeres efímeros,
en que mi vientre concibió mi expiación!
Puesto que tú me has escogido entre todas las mujeres,
para ser el asco de mi triste marido,
y como yo no puedo arrojar a las llamas,
como una esquela de amor, este monstruo esmirriado.
¡Yo haré rebotar tu odio que me agobia,
sobre el instrumento maldito de tus perversidades!
Y he de retorcer tan bien este árbol miserable,
que no podrán retoñar sus brotes apestados!"
Ella vuelve a tragar la espuma de su odio,
y, no comprendiendo los designios eternos,
ella misma prepara en el fondo de la Gehena,
las hogueras consagradas a los crímenes maternos.
Sin embargo, bajo la tutela invisible de un Ángel,
el Niño desheredado se embriaga de sol,
y en todo cuanto bebe y en todo cuanto come,
encuentra la ambrosía y el néctar bermejo.
El juega con el viento, conversa con la nube,
y se embriaga cantando el camino de la cruz;
y el Espíritu que le sigue en su peregrinaje,
llora al verle alegre cual pájaro de los bosques.
Todos aquellos que él quiere lo observan con temor,
o bien, enardeciéndose con su tranquilidad,
Buscan al que sabrá arrancarle una queja,
y hacen sobre El el ensayo de su ferocidad.
En el pan y el vino destinados a su boca,
mezclan la ceniza con los impuros escupitajos;
con hipocresía arrojan lo que él toca,
y se acusan de haber puesto sus pies sobre sus pasos.
Su mujer va clamando en las plazas públicas:
"Puesto que él me encuentra bastante bella para adorarme,
yo desempeñaré el cometido de los ídolos antiguos,
y como ellos yo quiero hacerme redorar;
¡y me embriagaré de nardo, de incienso, de mirra,
de genuflexiones, de viandas y de vinos,
para saber si yo puedo de un corazón que me admira,
usurpar riendo los homenajes divinos!
Y, cuando me hastíe de estas farsas impías,
posaré sobre él mi frágil y fuerte mano;
y mis uñas, parecidas a garras de arpías,
sabrán hasta su corazón abrirse un camino.
Como un pájaro muy joven que tiembla y que palpita,
Yo arrancaré ese corazón enrojecido de su seno,
y, para saciar mi bestia favorita,
yo se lo arrojaré al suelo con desdén!"
Hacia el Cielo, donde su mirada alcanza un trono espléndido,
el Poeta sereno eleva sus brazos piadosos,
y los amplios destellos de su espíritu lúcido,
le ocultan el aspecto de los pueblos furiosos:
-"Bendito seas, mi Dios, que dais el sufrimiento,
como divino remedio a nuestras impurezas,
y cual la mejor y la más pura esencia,
que prepara los fuertes para las santas voluptuosidades!
Yo sé que reservarás un lugar para el Poeta
en las filas bienaventuradas de las Santas Legiones,
y que lo invitarás para la eterna fiesta,
de los Tronos, de las Virtudes, de las Dominaciones.
Yo sé que el dolor es la nobleza única
Donde no morderán jamás la tierra y los infiernos,
Y que es menester para trenzar mi corona mística
Imponer todos los tiempos y todos los universos.
Pero las joyas perdidas de la antigua Palmira,
los metales desconocidos, las perlas del mar,
por vuestra mano engastados, no serían suficientes,
para esa hermosa Diadema resplandeciente y diáfana;
porque no será hecho más que de pura luz,
tomada en el hogar santo de los rayos primitivos,
y del que los ojos mortales, en su esplendor entero,
no son sino espejos oscurecidos y dolientes!"
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Cada cual, con su quimera
Charles Baudelaire
Bajo un amplio cielo gris, en una vasta llanura polvorienta, sin sendas, ni césped, sin un cardo, sin una ortiga, tropecé con muchos hombres que caminaban encorvados.
Llevaba cada cual, a cuestas, una quimera enorme, tan pesada como un saco de harina o de carbón, o la mochila de un soldado de infantería romana.
Pero el monstruoso animal no era un peso inerte; envolvía y oprimía, por el contrario, al hombre, con sus músculos elásticos y poderosos; prendíase con sus dos vastas garras al pecho de su montura, y su cabeza fabulosa dominaba la frente del hombre, como uno de aquellos cascos horribles con que los guerreros antiguos pretendían aumentar el terror de sus enemigos.
Interrogué a uno de aquellos hombres preguntándole adónde iban de aquel modo. Me contestó que ni él ni los demás lo sabían; pero que, sin duda, iban a alguna parte, ya que les impulsaba una necesidad invencible de andar.
Observación curiosa: ninguno de aquellos viajeros parecía irritado contra el furioso animal, colgado de su cuello y pegado a su espalda; hubiérase dicho que lo consideraban como parte de sí mismos. Tantos rostros fatigados y serios, ninguna desesperación mostraban; bajo la capa esplenética del cielo, hundidos los pies en el polvo de un suelo tan desolado como el cielo mismo, caminaban con la faz resignada de los condenados a esperar siempre.
Y el cortejo pasó junto a mí, y se hundió en la atmósfera del horizonte, por el lugar donde la superficie redondeada del planeta se esquiva a la curiosidad del mirar humano.
Me obstiné unos instantes en querer penetrar el misterio; mas pronto la irresistible indiferencia se dejó caer sobre mí, y me quedó más profundamente agobiado que los otros con sus abrumadoras quimeras.
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Cielo neblinoso
Charles Baudelaire
Se diría cubierta de vapor tu mirada;
Tu mirar misterioso (¿es azul, gris o verde?)
Alternativamente tierno, cruel, soñador,
Refleja la indolencia y palidez del cielo.
Recuerdas los días blancos, y tibios y velados,
Que a las cautivas almas hacen fundirse en lágrimas,
Cuando, presa de un mal confuso que los tensa,
Los excitados nervios se burlan del dormido.
A veces te asemejas a esos bellos paisajes
Que iluminan los soles de estaciones brumosas...
¡Y cómo resplandeces, oh mojado paisaje
Que atraviesan los rayos entre un cendal de niebla!
¡Oh mujer peligrosa, oh seductores climas!
¿Acabaré adorando vuestras nieves y escarchas,
Y, al cabo, arrancaré del implacable invierno
Placeres más agudos que el hielo y que la espada?
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Condenación
Charles Baudelaire
El banco inextricable y duro,
El arduo pasadizo, el voraz maëlstrom,
Menos arena arrastran y menos broza impura
Que nuestros corazones, donde se mira el cielo;
Son como promontorios en el aire sereno,
Donde el faro destella, centinela benéfico,
Pero abajo minados por corrosivas lapas;
Podríamos compararlos todavía al albergue,
Del hambriento esperanza, donde golpean de noche,
Jurando, heridos, rotos, solicitando asilo,
Prelados y estudiantes, rameras y soldados.
Nunca regresaran a las sucias alcobas;
Guerra, ciencia y amor, nada nos necesita.
El atrio estaba helado, infectos vino y lecho;
¡Hay que servir de hinojos a visitantes tales!
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Confesión
Charles Baudelaire
Una vez, una sola, mujer dulce y amable,
En mi brazo el vuestro pulido
Se apoyó ( sobre del denso fondo de mi alma
Ese recuerdo no ha palidecido);
Era tarde; al igual que una medalla nueva,
La Luna llena apareció,
Y la solemnidad nocturna, como un río,
Sobre París dormido se extendía.
Los gatos, por debajo de las puertas de coches,
Deslizábanse furtivos
El oído al acecho o, como sombras caras,
Nos seguían despacio.
Y de súbito, en medio de aquella intimidad,
Abierta en la luz pálida,
De Vos, rico y sonoro instrumento en que vibra
La más luminosa alegría,
De vos, clara y alegre igual que una fanfarria
En la mañana chispeante,
Una quejosa nota, una insólita nota
Vacilante se escapó,
Como un niño sombrío, horrible y enfermizo
Que a su familia avergonzara,
Y al que durante años, para ocultarlo al mundo,
En una cueva habría encerrado.
Vuestra discorde nota, ¡mi pobre ángel! cantaba:
«Que aquí abajo nada es firme,
Y que siempre, aunque mucho se disfrace,
El egoísmo humano se traiciona;
Que es un oficio duro el de mujer hermosa
Y que es más bien tarea banal,
De la loca y helada bailarina fijada
En maquinal sonrisa;
Que fiar en corazones es algo bien estúpido;
Que es todo trampa, belleza y amor,
Y al final el Olvido los arroja a un cesto
¡Y los torna a la Eternidad!»
Esa luna encantada evoqué con frecuencia,
Ese silencio y esa languidez,
Y aquella confidencia penosa, susurrada
Del corazón en el confesionario.
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Correspondencias
Charles Baudelaire
La Natura es un templo donde vividos pilares
Dejan, a veces, brotar confusas palabras;
El hombre pasa a través de bosques de símbolos
que lo observan con miradas familiares.
Como prolongados ecos que de lejos se confunden
En una tenebrosa y profunda unidad,
Vasta como la noche y como la claridad,
Los perfumes, los colores y los sonidos se responden.
Hay perfumes frescos como carnes de niños,
Suaves cual los oboes, verdes como las praderas,
Y otros, corrompidos, ricos y triunfantes,
Que tienen la expansión de cosas infinitas,
Como el ámbar, el almizcle, el benjuí y el incienso,
Que cantan los transportes del espíritu y de los sentidos.
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El albatros
Charles Baudelaire
Por distraerse, a veces, suelen los marineros
Dar caza a los albatros, grandes aves del mar,
Que siguen, indolentes compañeros de viaje,
Al navío surcando los amargos abismos.
Apenas los arrojan sobre las tablas húmedas,
Estos reyes celestes, torpes y avergonzados,
Dejan penosamente arrastrando las alas,
Sus grandes alas blancas semejantes a remos.
Este alado viajero, ¡qué inútil y qué débil!
Él, otrora tan bello, ¡qué feo y qué grotesco!
¡Éste quema su pico, sádico, con la pipa,
Aquél, mima cojeando al planeador inválido!
El Poeta es igual a este señor del nublo,
Que habita la tormenta y ríe del ballestero.
Exiliado en la tierra, sufriendo el griterío,
Sus alas de gigante le impiden caminar.
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El alma del vino
Charles Baudelaire
Cantó una noche el alma del vino en las botellas:
«¡Hombre, elevo hacia ti, caro desesperado,
Desde mi vítrea cárcel y mis lacres bermejos,
Un cántico fraterno y colmado de luz!»
Sé cómo es necesario, en la ardiente colina,
Penar y sudar bajo un sol abrasador,
Para engendrar mi vida y para darme el alma;
Mas no seré contigo ingrato o criminal.
Disfruto de un placer inmenso cuando caigo
En la boca del hombre al que agota el trabajo,
y su cálido pecho es dulce sepultura
Que me complace más que mis frescas bodegas.
¿Escuchas resonar los cantos del domingo
y gorjear la esperanza de mi jadeante seno?
De codos en la mesa y con desnudos brazos
Cantarás mis loores y feliz te hallarás;
Encenderé los ojos de tu mujer dichosa;
Devolveré a tu hijo su fuerza y sus colores,
Siendo para ese frágil atleta de la vida,
El aceite que pule del luchador los músculos.
Y he de caer en ti, vegetal ambrosía,
Raro grano que arroja el sembrador eterno,
Porque de nuestro amor nazca la poesía
Que hacia Dios se alzará como una rara flor!»
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El amor engañoso
Charles Baudelaire
Cuando te veo cruzar, oh mi amada indolente,
Paseando el hastío de tu mirar profundo,
Suspendiendo tu paso tan armonioso y lento
Mientras suena la música que se pierde en los techos.
Cuando veo, al reverbero del gas que va tiñéndola,
Tu frente aureolada de un mórbido atractivo
Donde las luces últimas del sol traen a la aurora,
Y, como los de un cuadro, tus fascinantes ojos,
Me digo: ¡qué bella es! , ¡qué lozanía extraña!
El taraceado recuerdo, pesada y regia torre,
La corona, y su corazón, prensado como fruta,
Y su cuerpo, están prestos para el más sabio amor.
¿Serás fruto que en otoño da sazonados sabores?
¿Vaso fúnebre que aguarda ser colmado por las lágrimas?
¿Perfume que hace soñar en perfumes lejanísimos,
Almohadón acariciante o canastilla de flores?
Sé que hay ojos arrasados por la cruel melancolía
Que no guardan escondido ningún precioso secreto,
Bellos estuches sin joyas, medallones sin reliquias
Más vacíos y más lejanos, ¡oh cielos!, que esos dos tuyos.
Pero ¿no basta que seas la más sutil apariencia,
Alegrando al corazón que huye de la verdad?
¿Qué más da tontería en ti o qué más da indiferencia?
Te saludo adorno o máscara. Sólo adoro tu belleza.
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El amor y el cráneo
Charles Baudelaire
Se sienta el Amor en el cráneo
De la Humanidad,
Y sobre tal solio el profano,
Con risa procaz,
Sopla alegremente redondas burbujas,
Que en el aire suben,
Como para juntarse a los mundos
Al fondo del Éter.
El globo luminoso y frágil
En un amplio vuelo,
Revienta y escupe su alma pequeña
Como un áureo sueño.
Y oigo al cráneo, a cada burbuja,
Rogar y gemir:
-«Este fuego feroz y ridículo,
¿Cuándo acabará?
Pues lo que tu boca cruel
Esparce en el aire,
Monstruo asesino, es mi cerebro,
¡Mi sangre y mi carne!»
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El bello navío
Charles Baudelaire
Yo te quiero contar, ¡oh lánguida hechicera!
Los distintos encantos que ornan tu juventud;
Trazar deseo tu belleza
Donde, a la par, se alían infancia y madurez.
Cuando pasas, barriendo el aire con tu falda
Semejas a un bajel que enfila la bocana
Y anda balanceándose, desplegadas las velas,
Siguiendo un ritmo dulce y perezoso y lento.
Sobre tu esbelto cuello y tus anchas espaldas
Se pavonea con gracia tu altanera cabeza;
Con aire plácido y triunfal
Continúas tu camino, majestuosa niña.
Yo te quiero contar, ¡oh lánguida hechicera!
Los distintos encantos que ornan tu juventud;
Trazar deseo tu belleza
Donde, a la par, se alían infancia y madurez.
Tu seno que se comba, oprimiendo el moaré,
Tu seno triunfante es un pulido armario
Cuyas dos jambas claras y arqueadas
Se parecen a escudos que aferrasen la luz.
¡Provocantes defensas con dos rosadas puntas!
Mueble dulce en secretos, lleno de cosas ricas:
Vinos, perfumes, néctares,
Que harían delirar mentes y corazones.
Cuando pasas, barriendo el aire con tu falda,
Semejas a un bajel que enfila la bocana
Y anda balanceándose, desplegadas las velas,
Siguiendo un ritmo dulce y perezoso y lento.
Tus piernas escultóricas, bajo airosos volantes,
Provocan y exasperan las fiebres más oscuras,
Cual dos brujas batiendo
En profunda vasija el más siniestro tósigo.
Tus brazos que anhelaran los hércules precoces,
Son los más firmes émulos de las boas deslizantes,
Pensados para asir
Como para tatuar en tu pecho a tu amante.
Sobre tu esbelto cuello y tus anchas espaldas,
Se pavonea con gracia tu cabeza altanera;
Con aire plácido y triunfal
Continúas tu camino, majestuosa niña.
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El crepúsculo matutino
Charles Baudelaire
La diana resonaba en todos los cuarteles
Y apagaba las lámparas el viento matutino.
Era la hora en que enjambres de maléficos sueños
Ahogan en sus almohadas a los adolescentes;
Cuando tal palpitante y sangrienta pupila,
La lámpara en el día traza una mancha roja
Y el alma, bajo el peso del cuerpo adormilado,
Imita los combates del día y de la lámpara.
Como lloroso rostro que enjugase la brisa,
Llena el aire un temblor de cosas fugacísimas
Y se cansan los hombres de escribir y de amar.
Empiezan a humear acá y allá las casas,
Las hembras del placer, con el párpado lívido,
Reposan boquiabiertas con derrengado sueño;
Las pobres, arrastrando sus fríos y flacos senos,
Soplan en los tizones y soplan en sus dedos.
Es la hora en que, envueltas en la mugre y el frío,
Las parturientas sienten aumentar sus dolores;
Como un roto sollozo por la sangre que brota
El canto de los gallos desgarra el aire oscuro;
Baña los edificios un océano de niebla,
y los agonizantes, dentro, en los hospitales,
Lanzan su último aliento entre hipos desiguales.
Los libertinos vuelven, rotos por su labor.
La friolenta aurora en traje verde y rosa
Avanzaba despacio sobre el Sena desierto
Y el sombrío Paris, frotándose los ojos,
Empuñaba sus útiles, viejo trabajador.
♠¸¸.•*¨*•.¸¸๑۩۞۩๑•*¨*•.¸¸♠
El enemigo
Charles Baudelaire
Mi juventud no fue sino un gran temporal
Atravesado, a rachas, por soles cegadores;
Hicieron tal destrozo los vientos y aguaceros
Que apenas, en mi huerto, queda un fruto en sazón.
He alcanzado el otoño total del pensamiento,
y es necesario ahora usar pala y rastrillo
Para poner a flote las anegadas tierras
Donde se abrieron huecos, inmensos como tumbas.
¿Quién sabe si los nuevos brotes en los que sueño,
Hallarán en mi suelo, yermo como una playa,
El místico alimento que les daría vigor?
-¡Oh dolor! ¡Oh dolor! Devora vida el Tiempo,
Y el oscuro enemigo que nos roe el corazón,
Crece y se fortifica con nuestra propia sangre.
♠¸¸.•*¨*•.¸¸๑۩۞۩๑•*¨*•.¸¸♠
El extranjero
Charles Baudelaire
-¿A quién quieres más, hombre enigmático, dime, a tu padre, a tu madre, a tu hermana o a tu hermano?
-Ni padre, ni madre, ni hermana, ni hermano tengo.
-¿A tus amigos?
-Empleáis una palabra cuyo sentido, hasta hoy, no he llegado a conocer.
-¿A tu patria?
-Ignoro en qué latitud está situada.
-¿A la belleza?
-Bien la querría, ya que es diosa e inmortal.
-¿Al oro?
-Lo aborrezco lo mismo que aborrecéis vosotros a Dios.
-Pues ¿a quién quieres, extraordinario extranjero?
-Quiero a las nubes..., a las nubes que pasan... por allá.... ¡a las nubes maravillosas!
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